El problema mente-cuerpo es un acertijo filosófico que se remonta a la Antigüedad. En el debate actual, los principales resultados son producto de un esfuerzo científico integral para intentar resolver dicha pregunta. A este esfuerzo, que compromete a neurocientíficos, psicólogos, lingüistas, antropólogos, estudiosos de la inteligencia artificial, e inclusive a filósofos, se le conoce como una empresa multidisciplinaria llamada ciencia cognitiva. De diversas maneras, todos tratan de resolver el mismo problema y misterio, el de la conciencia (Durán-Rivera, 2018)
El primer pensador que tomó con profundidad el problema de la conciencia fue Aristóteles, contribuyendo a la formación de la tradición aristotélico-escolástica, que tiene más peso en el pensamiento medieval y renacentista occidental. La tesis que propone Aristóteles es que el alma del ser humano es su forma, mientras que el cuerpo es su materia. Dicha tesis se enmarca en la doctrina metafísica general, conocida como hilemorfismo. La psyché de un ser vivo es pues aquello que lo identifica a través de los cambios que experimenta hasta su muerte, aquello que le hace ser lo que es, al permitirle desarrollar las funciones biológicas que le son vitales. Así justificó la existencia de un ser pensante, que sería forma pura y por tanto inmaterial, incapaz de sufrir cambio alguno. Este ser sería causa final y razón última de todo lo que existe en la naturaleza.
Así las cosas, en el intento por definir lo que entendemos por conciencia, diremos que es un elemento propio de los seres humanos que permite regular los aspectos cognitivos, conductuales y emocionales. Su función, es representar la información sobre lo que está sucediendo dentro y fuera del organismo de tal modo que el cuerpo pueda evaluarla y actuar en consecuencia de acuerdo con sus conocimientos y valores morales. También es la capacidad propia de reconocerse a sí mismo, dominar sus sentidos y de tener la percepción de su propia existencia y de su entorno.
Por lo tanto, cuando hablamos de conciencia nos estamos refiriendo a:
- La capacidad de conocer nuestro entorno y ubicarnos en él, o sea, la
- La capacidad de reflexionar sobre la realidad y asumir una postura frente a
- La capacidad de juzgar nuestras acciones desde una perspectiva moral (buenas o malas). (https://concepto, f.)
Hoy los principales avances se dan desde la Neurociencia, distinguiéndose a lo menos 4 corrientes o miradas teóricas, una de las cuales pasaremos a reseñar. El modelo de Edelman4, quien postula la existencia de dos tipos de conciencia; la conciencia primaria, que sería común a muchas especies animales y que permite la creación de una «escena» representativa del momento presente; y la conciencia de orden superior, privativa de los seres humanos y en la que aparece la noción del yo y la memoria simbólica en forma de lenguaje. Esta teoría basada en el darwinismo neuronal analiza los aspectos clave de la conciencia humana, como son nuestra potente capacidad modeladora de la realidad, tanto espacial como temporal, y los procesos implicados en la toma de decisiones, así como su posible sustrato neurofisiológico. (Simon, 2000).
Así podemos experimentar en nosotros mismos en qué consiste esta conciencia primaria si, por ejemplo, reparamos en nuestra actividad mental cuando vamos andando por la calle, atentos exclusivamente a lo que sucede en ese momento, mientras nuestra atención no se desvíe del momento presente y de sus connotaciones más inmediatas, nos encontramos ejerciendo la conciencia primaria. En palabras meridianamente simples diríamos que los seres humanos, cuando utilizamos la conciencia primaria, vemos las cosas según el color del cristal con que las miramos, siendo el cristal, en esta metáfora, lo que aporta la memoria del sistema de valor. Hay que añadir que la coherencia de la escena viene dada también por la memoria de valor, que confiere unidad a una serie de acontecimientos perceptivos, aunque éstos sean causalmente independientes. (Simon, 2000)5.
Entonces lo que vemos diariamente, es deformado o transducido en nuestro cerebro, asignándole una aparente coherencia a nuestra experiencia cotidiana. Lo anterior se apoya en la capacidad de crear una escena que se forma a partir de las percepciones del momento presente, percepciones que son integradas de manera que el sujeto las vivencia como un todo unitario, en el que los distintos elementos que componen la escena aparecen como relacionados entre sí. Este concepto puede ser asimilado también a lo que denominamos memoria de trabajo, concepto que centra su mirada en el proceso de toma de decisiones, en donde de manera integrada se crea una memoria de corta duración, cuya base estructural se ubica en la corteza prefrontal.6
Por otra parte, si hablamos de conciencia de orden superior, nos referimos a las capacidades que tenemos los seres de confeccionar modelos de la realidad de carácter tanto espacial como temporal. Los modelos espaciales, constituyen mapas internos de la realidad exterior que confeccionamos mentalmente y que nos permiten, en ausencia de la percepción directa de esa realidad, orientarnos en ella, imaginar posibles trayectorias que unan entre sí . La explicación es un poco más compleja pues de acuerdo con el modelo de Edelman, la aparición de la conciencia primaria requiere que, a lo largo de la evolución, se hallan desarrollado al menos tres funciones. La primera es que, al hacer su aparición las funciones conceptuales, éstas pudieran ser ligadas fuertemente al sistema límbico, al sistema de valor (la capacidad de formar conceptos es entendida como la posibilidad de identificar una cosa o una acción y de poder controlar la propia conducta en base a dicha identificación. Se trata de una capacidad que en la concepción de Edelman habría surgido en la evolución mucho antes de que apareciera el lenguaje). La segunda es el desarrollo de un nuevo tipo de memoria basado en esta conexión, es decir, una memoria de «valor», una memoria que almacena la información suministrada por el sistema tálamo-cortical pero asignándole un determinado valor en virtud de la significación que dicho sistema le ha conferido. La tercera función requerida para la aparición de la conciencia primaria sería el desarrollo evolutivo de un circuito neuronal neuro anatómicamente nuevo. Este circuito permite el continuo intercambio de señales entre la memoria de valor y los mapas globales que realizan la categorización perceptual en tiempo real . En el modelo de memoria de trabajo que Baddeley propone existiría una especie de «ejecutivo central» o controlador atencional que supervisa o controla a varios sistemas subordinados subsidiarios (o sistemas esclavos), de los cuales identifica a dos: el llamado bucle fonológico y el bucle visuo-espacial.
Si en hace algunos años, el lenguaje se entendía como una habilidad central en lo que podríamos denominar conciencia superior, la evidencia actual nos indica que al menos para una parte importante de las funciones espaciales, no se requieren necesariamente de habilidades lingüísticas. Por el contrario, es probable que un importante núcleo funcional de capacidades modeladoras espaciales se haya desarrollado a lo largo del proceso evolutivo de manera previa y con entera independencia de la aparición del lenguaje. Así la conciencia superior, nos permite enlazar unas con otras las distintas percepciones que de los acontecimientos que se van formando en nuestra mente, según el orden de la sucesión temporal en que se producen, e integrarlas en un todo continuo, dotado de coherencia temporal. Esto presupone que concebimos la existencia del tiempo como un referente universal externo a nosotros, como una especie de hilo sinfín, a lo largo del cual es posible hilvanar los acontecimientos de nuestra existencia personal. Esta posibilidad de construir una realidad temporal no se limita sólo al dominio del pasado, sino que se extiende también hacia el ámbito del porvenir. Lo que aún no ha sucedido, pero es imaginado por nosotros en un juego abierto a un número ilimitado de posibilidades, puede también ser proyectado hacia un punto del tiempo futuro, creando así toda una realidad, inexistente, aunque posible, que se utiliza para iluminar las decisiones que afectan al presente. Esta posibilidad de rebasar imaginariamente los estrechos límites del instante actual y de deambular en la fantasía por las amplias galerías del porvenir, es, sin duda, una de las adquisiciones más trascendentes de la evolución de las funciones mentales superiores.
Cuando este cambio cualitativo se produjo —probablemente hace bastantes miles de años— se dio inicio a lo que hoy conocemos como la experiencia interior.
Pensemos, por unos instantes, la enorme diferencia que existe entre ir tomando decisiones momento a momento, en respuesta a los acontecimientos que acaecen en el ahora estricto y sin poder recurrir apenas a dato alguno del pasado, y la posibilidad de sustraerse a gran parte de las exigencias del presente y de contemplar los sucesos actuales, los del pasado y los de un posible futuro, como accidentes de un paisaje amplio y abierto sobre el que podemos descansar nuestra mirada mientras demoramos cualquier decisión hasta haber valorado toda la situación en su conjunto. Una consecuencia extraordinariamente potente de la posibilidad de confeccionar modelos temporales del mundo es la facultad que poseemos de concebir e inventar narraciones o relatos. La función de la narración consiste precisamente en unir entre sí diversos aspectos aparentemente inconexos de la realidad y conferirles una unidad compatible con el sistema de creencias y la capacidad explicativa que posee la mente que produce la narración. La mente aporta, no sólo el material de los acontecimientos tal como ella los percibe (lo cual ya supone una cierta actividad creadora), sino también y, sobre todo, la trama que los encadena y los unifica. Este nuevo enfoque en la búsqueda del sustrato neural de la conciencia ha conducido a Tononi y Edelman (1998) a formular la hipótesis del «núcleo dinámico», que da cuenta de estas dos propiedades fundamentales, la integración y la complejidad. El núcleo dinámico estaría formado, según estos autores, por «un gran “clúster” de grupos neuronales que juntos dan lugar, en una escala temporal de milisegundos, a un proceso neural unificado de gran complejidad». El núcleo dinámico no hace referencia a un conjunto fijo de áreas cerebrales con límites anatómicos rígidos, sino que su composición puede variar en el tiempo, de manera que zonas que en un determinado momento forman parte de él, en otro momento no se encontrarían implicadas. La hipótesis del núcleo dinámico es un mecanismo capaz de ejercer una función integradora y sintetizadora muy potente, pero que al mismo tiempo permite una gran flexibilidad para prestar una atención cambiante a diferentes áreas de actividad (expresión de la complejidad) e incluso para adoptar, dentro de su propio régimen de trabajo, modos diversos de funcionamiento.
https://concepto. (s.f.). Obtenido de https://concepto.de/conciencia/#ixzz8WkbHZU2r Durán-Rivera, L. Á. (2018).
Introducción al problema de la conciencia desde la filosofía de la mente. La Colmena, Revista de la Universidad Autonoma de México, 55-69.
Mondolfo, R. (1954). La conciencia moral en laética de Socrátes, Platón y Aristoteles. Memoria Academica, 7-30.
Simon, V. M. (2000). La conciencia humana: integración y complejidad. PSHICOTEMA, 12(01), 15- 24.