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Vivimos bajo un nuevo mandato, uno más sutil pero quizás más agotador que cualquier otro en la historia: el imperativo de ser felices. La búsqueda del bienestar se ha transformado en una obligación constante. Ya no basta con estar bien; ahora debemos performar el bienestar, demostrarlo, y optimizar cada minuto de nuestra existencia para alcanzar un supuesto estado de placer perpetuo.

Esta obsesión por el bienestar positivo tiene su escenario perfecto en las redes sociales, el gran teatro de la “espectacularidad” contemporánea.

Nuestros feeds son un bombardeo de éxito curado. Vemos viajes exóticos, cuerpos trabajados, comidas perfectas y sonrisas impecables. Es un escaparate donde solo se admite el placer y el logro. Esta cultura del espectáculo digital genera una profunda disonancia cognitiva. Comparamos nuestra realidad —con sus matices, su aburrimiento, su dolor y su rutina— con esa fachada brillante de actividad incesante.

El resultado inevitable es la ansiedad. Es la ansiedad de no estar a la altura, la culpa por no ser lo suficientemente productivos, o la angustia de sentirnos tristes en un mundo que nos exige alegría.

 

La Sociedad del Rendimiento

Es aquí donde las ideas del filósofo surcoreano Byung-Chul Han se vuelven escalofriantemente precisas. En su influyente ensayo “La sociedad del cansancio” (2012), Han argumenta que hemos pasado de una “sociedad disciplinaria” (donde un poder externo nos decía “No debes”) a una “sociedad del rendimiento” (donde el mandato interno es “Tú puedes”).

Este “Tú puedes” suena a libertad, pero es una trampa. Se ha convertido en “Tú debes poder”.

Ya no hay un jefe externo que nos explota; nos hemos convertido en nuestros propios explotadores. Nos autoexplotamos voluntariamente en nombre de la optimización personal, el éxito y esa búsqueda incesante de placer. El sujeto de la sociedad del rendimiento, como señala Han, no se siente oprimido, se siente “en proyecto”, siempre incompleto, siempre necesitando mejorar. La obligación de estar siempre activos nos lleva directamente al agotamiento (o burnout).

 

El Costo en la Salud Mental

La salud mental es la primera víctima de esta tiranía del positivismo. Cuando la sociedad (y nosotros mismos) penaliza la negatividad, perdemos herramientas vitales para procesar la vida.

  1. La patologización del dolor: Sentirse mal —aburrido, triste, cansado— deja de ser una respuesta humana normal y pasa a ser visto como un fracaso personal. Un problema que debe ser “solucionado” de inmediato, ya sea con consumo, medicación o más actividad.
  2. La ansiedad como motor: La ansiedad ya no es una señal de alarma; es el combustible que nos mantiene “activos” y “productivos”, persiguiendo estándares imposibles impuestos por el espectáculo de las redes.
  3. El vacío del placer rápido: La búsqueda de placer se confunde con la búsqueda de estímulos rápidos (un like, una compra). Esto no genera bienestar profundo, sino una dependencia del siguiente hit de dopamina, muy parecido a una adicción.

El Choque con la Psicoterapia: La Sanación sin Dolor

Es en este punto donde la cultura de la inmediatez choca frontalmente con los procesos de sanación profunda. Tratamos el malestar psíquico como un error técnico que debe ser “parchado” rápidamente. Buscamos el hack de la salud mental, la terapia breve que promete resultados en cinco sesiones, la app de meditación que garantiza la paz interior en diez minutos.

Aquí, la psicoterapia en su versión más clásica —aquella de orientación introspectiva o psicoanalítica— se vuelve profundamente contracultural.

Este tipo de terapia propone exactamente lo contrario a la sociedad del rendimiento: exige tiempo, pausa y, fundamentalmente, la tolerancia al dolor. El proceso psicoterapéutico clásico entiende que para sanar no se puede evitar el sufrimiento; se debe transitar. Requiere revisar heridas, enfrentar la frustración y sostener la angustia sin una solución inmediata.

La sociedad del rendimiento, que Han (2012) describe como una sociedad que busca “anestesiar” y evitar toda negatividad, ve este proceso como ineficiente. Se busca una sanación sin dolor, una optimización del “yo” que elimine rápidamente las fallas. Pero la salud mental real no es una performance de placer; es la integración de nuestras luces y nuestras sombras, un proceso que, por definición, no puede ser inmediato.

 

Conclusión: Desafíos y Respuestas Terapéuticas

La búsqueda constante de bienestar nos está enfermando. Esto impone un desafío monumental a la psicoterapia. El paciente llega a la consulta contagiado por la cultura de la inmediatez, esperando una “reparación” rápida, un hack que elimine el dolor sin transitarlo, tal como la sociedad del rendimiento se lo promete. El terapeuta, a su vez, puede verse presionado a ofrecer soluciones performativas en lugar de procesos auténticos.

Frente a este escenario, la psicoterapia debe resistir la tentación de volverse un producto de consumo más, una herramienta de optimización del “yo”. Es aquí donde dos corrientes muestran ser una respuesta válida y necesaria:

  1. Las terapias de tercera generación: Enfoques como la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) o las intervenciones basadas en Mindfulness son radicalmente opuestas a la evitación del dolor. No buscan eliminar la ansiedad o la tristeza (la “negatividad” que Han denuncia), sino cambiar nuestra relación con ella. Enseñan a aceptar el malestar como parte inevitable de la vida y a centrarse en acciones valiosas a pesar de ese malestar. Desmontan así la tiranía del “sentirse bien” todo el tiempo, promoviendo la flexibilidad psicológica en lugar del placer inmediato.
  2. Las terapias de visión relacional: Por otro lado, los enfoques relacionales (desde la psicodinámica contemporánea hasta la sistémica) ofrecen el antídoto más potente al escaparate social: un vínculo auténtico. En un mundo de performance y espectacularidad digital, la relación terapéutica se ofrece como un espacio real, no curado, donde el paciente no necesita “rendir” ni “ser exitoso”. Es en la co-regulación y en el encuentro genuino con un otro —y no en la autoexplotación solitaria— donde se recupera la salud.

El verdadero bienestar no se encontrará en la obligación de estar siempre activos y felices, sino en la libertad de ser, simplemente, humanos, tanto en la vida como en el espacio terapéutico.

Referencias

  • Han, B.-C. (2012). La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder Editorial.
  •  Hayes, S. C., Strosahl, K. D., & Wilson, K. G. (2014). Terapia de Aceptación y Compromiso: Proceso y práctica del cambio consciente (Mindfulness). Bilbao: Desclée de Brouwer.

Texto apoyado por IA Gemini Pro2.0

 

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