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Crecer en un hogar debería ser sinónimo de seguridad. Sin embargo, para miles de niños, niñas y adolescentes en Chile, el hogar es el primer escenario de una guerra silenciosa: la violencia entre sus padres. Las cifras son un llamado de alerta; según el Informe Anual 2024 de la Defensoría de la Niñez, un alarmante 62,5% de los niños y niñas en Chile experimenta algún método violento de disciplina. Si a esto sumamos la violencia de pareja de la que son testigos, el panorama es desolador. Aunque los golpes no dejen marcas en su piel, las heridas de esta exposición son profundas y permanentes, moldeando su cerebro, sus emociones y la manera en que percibirán el mundo para siempre. Lejos de ser “cosas de adultos”, la violencia intrafamiliar es un trauma que secuestra el desarrollo infantil.

El Cerebro en Alerta Permanente: Un Cableado para la Supervivencia, no para la Vida

Cuando un niño presencia de forma reiterada gritos, insultos o agresiones físicas entre sus padres, su sistema nervioso aprende a vivir en un estado de alerta máxima. El cerebro, en plena etapa de formación, se ve inundado por hormonas del estrés como el cortisol. Esta sobreexposición tóxica afecta directamente el desarrollo de áreas clave como el hipocampo, crucial para la memoria y el aprendizaje, y la corteza prefrontal, nuestro “centro de mando” para la regulación emocional y la toma de decisiones.

Como afirma el psiquiatra y neurocientífico Bessel van der Kolk en su obra fundamental El cuerpo lleva la cuenta: “El trauma no es solo un evento que tuvo lugar en algún momento del pasado; es también la huella que ese evento deja en la mente, el cerebro y el cuerpo”. Para un niño, esta huella es un obstáculo biológico directo a su desarrollo integral.

Del Hogar al Aula: El Impacto en el Aprendizaje y la Inserción Social

Este estado de alerta crónico no se queda en casa; viaja con el niño a la sala de clases, saboteando su capacidad de aprender y socializar.

  • Impacto en el aprendizaje y desarrollo neuropsicológico: Un cerebro ocupado en “sobrevivir” no puede “aprender”. La afectación de la corteza prefrontal deteriora las funciones ejecutivas: la capacidad para planificar, mantener la atención, controlar impulsos y organizar información. En la práctica, esto se traduce en un niño que parece distraído, que no termina sus tareas, que olvida lo que se le enseña y que le cuesta seguir instrucciones. No es falta de inteligencia ni de voluntad, es una consecuencia neuropsicológica directa del trauma. Su energía mental no está disponible para las matemáticas o el lenguaje, sino que se gasta en escanear el entorno en busca de amenazas. 🧠
  • Impacto en la inserción social: La socialización es un baile complejo de empatía, negociación y regulación emocional, habilidades que se aprenden en un entorno seguro. Un niño expuesto a la violencia a menudo carece de estas herramientas. Puede interpretar gestos neutros de sus compañeros como una agresión (hipervigilancia) o replicar los modelos violentos que conoce para resolver conflictos. Esto lo lleva a ser rechazado por sus pares, a aislarse o, en algunos casos, a convertirse en acosador, perpetuando un ciclo de violencia. Su capacidad para forjar amistades sanas queda profundamente dañada.

La Conducta como Síntoma: Agresividad y Aislamiento

Los niños aprenden por imitación. Un hogar donde el conflicto se resuelve con violencia enseña una lección peligrosa: que la agresión es una forma válida de relacionarse. Esto puede manifestarse de dos maneras. Por un lado, muchos niños externalizan su angustia, volviéndose más agresivos y desafiantes. Por otro, otros internalizan el trauma: se vuelven ansiosos, temerosos y retraídos.La reconocida psicóloga Alicia Lieberman, experta en trauma infantil, lo expresa con claridad: “Cuando el niño no puede sentirse seguro porque el cuidador es consistentemente inaccesible, impredecible o aterrador, las condiciones básicas que promueven la salud mental temprana se ven severamente socavadas” (Psicoterapia con lactantes y niños pequeños, Lieberman & Van Horn, 2008). Para los niños, la violencia entre sus figuras de apego es un terremoto que destruye los cimientos de su seguridad.

Analfabetismo Emocional y Relaciones Rotas

Crecer en un entorno de violencia crónica distorsiona la capacidad del niño para entender y gestionar sus propias emociones y las de los demás. La empatía, esa habilidad fundamental para construir vínculos sanos, se ve severamente afectada. ¿Cómo aprender a confiar en los demás si las personas que deben protegerte se hacen daño entre sí? Esta dificultad para conectar se arrastra hasta la vida adulta, donde luchan por establecer relaciones estables, replicando patrones tóxicos o evitando la intimidad por miedo a ser heridos.

Una Mirada al Mundo desde la Desconfianza

Quizás el efecto más perdurable es la construcción de una visión del mundo como un lugar peligroso. La creencia básica en que el mundo es un lugar seguro queda hecha añicos. Romper este ciclo es urgente. Requiere una toma de conciencia social sobre el hecho de que la violencia de pareja nunca es un asunto privado. Proteger a la infancia implica crear entornos seguros, y eso empieza por la paz dentro del hogar.

Referencias Bibliográficas para Profundizar:

 

  • Defensoría de la Niñez (2024). Informe Anual 2024: Derechos humanos de niños, niñas y adolescentes en Chile. Santiago, Chile.
  • Lieberman, A. F., & Van Horn, P. (2008). Psychotherapy with Infants and Young Children: Repairing the Effects of Stress and Trauma on Early Attachment. The Guilford Press.
  • Perry, B. D., & Szalavitz, M. (2017). The Boy Who Was Raised as a Dog: And Other Stories from a Child Psychiatrist’s Notebook. Basic Books.
  • Van der Kolk, B. A. (2014). The Body Keeps the Score: Brain, Mind, and Body in the Healing of Trauma. Penguin Books

Columna desarrollada con asistencia IA Gemini 2.5 Pro

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