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Después de más de 30 años ejerciendo como psicólogo c, he visto mi profesión pasar de los susurros del box a los megáfonos de las redes sociales. Lo que antes era un espacio íntimo y resguardado, hoy es un producto más en el vertiginoso mercado del bienestar. Y en medio de este ruido, siento la responsabilidad profesional y personal de plantear una pregunta que puede sonar polémica: ¿de verdad todos necesitamos terapia, todo el tiempo?

Desde la vereda de la experiencia, y con un profundo respeto por mi oficio, creo honestamente que la respuesta es no. Y permítanme explicar por qué esta afirmación no es un ataque a la psicoterapia, sino precisamente su defensa más apasionada.

El Valor Real vs. el Ruido de las Redes

Que no se malentienda: he sido testigo directo, miles de veces, del poder transformador de la psicoterapia. Para quienes enfrentan el peso de una depresión, el laberinto de la ansiedad o las heridas del trauma, un proceso terapéutico bien llevado es una de las herramientas más potentes que existen. Es un trabajo serio, profundo y, a menudo, salvador.

Sin embargo, lo que veo hoy me preocupa. El bombardeo digital ha convertido conceptos complejos en eslóganes vacíos. Veo cómo se patologizan experiencias humanas que son parte del viaje de vivir: la pena, la duda, el “bajón del domingo”. Esta “terapia de Instagram” nos empuja a una auto-observación ansiosa y a la necesidad de estar “reparándonos” constantemente, como si ser humano fuese una falla de diseño.

El Peligro de la Inteligencia sin Sabiduría

Una de las lecciones más claras que me han dejado estas tres décadas en el box es que el dolor psicológico rara vez se rinde frente a la lógica. Uno puede entender perfectamente por qué sufre, leer todos los libros y tener un discurso impecable sobre sus problemas, pero eso no basta. La sanación no es un ejercicio puramente intelectual.

El corazón de nuestro trabajo como terapeutas está en facilitar una experiencia emocional que repara. Y eso ocurre en el vínculo, en esa relación única donde un profesional puede acompañar la angustia y mostrar patrones invisibles, permitiendo que la persona no solo entienda su herida, sino que pueda sentirla de una forma nueva para poder, finalmente, integrarla a su historia.

Los Pilares que Sostienen Nuestro Oficio

Entonces, ¿qué es lo que realmente diferencia a la psicoterapia seria de todo este ruido? Desde mi experiencia, son cuatro pilares que no se pueden negociar y que hoy debemos defender con más fuerza que nunca:

  1. Límites y un Marco Ético Claro: Un terapeuta no es un amigo. Nuestro rol se define por un código ético estricto: confidencialidad, objetividad y un compromiso total con el bienestar del paciente. Este encuadre, que a veces parece rígido, es justamente lo que permite que una persona se atreva a ser profundamente vulnerable.
  2. Técnicas con Base en la Evidencia: La práctica clínica seria no se guía por modas. Se basa en modelos de intervención estudiados, que han demostrado su eficacia. Hay una ciencia y un método detrás de lo que hacemos.
  3. Formación Humana y Filosófica: Y aquí está el punto que, con los años, he llegado a valorar más profundamente. Un buen terapeuta no es un mero técnico de la mente; es un estudioso de la condición humana. Nuestra formación debe estar anclada en la filosofía y las humanidades para poder conversar sobre el sentido, la libertad, la soledad; preguntas de fondo que son el trasfondo de casi todo malestar.
  4. Un Diagnóstico Diferencial Riguroso: Saber distinguir una pena normal de una depresión clínica es una habilidad técnica fundamental. Es nuestra responsabilidad no ponerle nombre de enfermedad a lo que no lo es.

Para cerrar, mi llamado no es a que todos corran a terapia, sino a proteger el valor de nuestro oficio. Necesitamos menos “terapia” como un producto de consumo y más psicoterapia como lo que siempre debió ser: una ciencia y un arte riguroso, ético y profundamente humano, para cuando la vida nos pone desafíos que un buen consejo, simplemente, no puede resolver.

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