El otro día, volvía a casa pensando en mis cosas (probablemente en qué iba a tomar once, seamos sinceros). En el Redbus, el panorama era el de siempre: una constelación de pantallas brillando en la oscuridad, cada pasajero inmerso en su propio universo digital. Pero me llamó la atención una pareja joven que iba junta, sí, pero cada uno ensimismado en su celular, ¡como si estuvieran en continentes distintos! Y es que, al volver a casa, en una junta con amigos, o incluso dando un paseo por el parque, cada vez es más común (por no decir la norma) ver a la gente conectada a otros mundos a través de WhatsApp, X (antes Twitter, para los más jóvenes), TikTok e Instagram.
Ni hablar de ese nudo en el estómago que nos da cuando vemos que la batería está en las últimas y el cargador se quedó olvidado en casa. ¡Es casi una tragedia moderna! Y ojo, que entiendo que hoy el celular es nuestro comodín para todo: pagar cuentas, pedir esa pizza antojadiza o pasar el rato en la sala de espera del doctor. Pero aún me sorprende ese estado de alerta constante, esa casi desesperación, que nos agarra cuando el celular no está cargado o amenaza con apagarse en cualquier momento.
Una vez enchufado y con la barrita de batería llena, empieza el festival de vibraciones, soniditos y esa compulsión irrefrenable de echarle un vistazo a la pantalla cada dos minutos (a veces menos, ¡confiésenlo!). ¿Y qué encontramos, generalmente? Pues una receta de algo que probablemente nunca cocinaremos, un video de un perrito haciendo monerías que nos hará reír un segundo para luego olvidarlo, o la transmisión en vivo del influencer de turno mostrándonos sus nuevas uñas esculpidas, la última técnica para maquillarse o, sencillamente, compartiendo su absoluto no hacer nada. También están los que se enganchan con videos de autos tuneados, carreras alucinantes, accidentes (¡ay!), compilados de canciones que retumban por si solas, cortos de series que te dejan con ganas de más, o esas “cápsulas informativas” que a veces son actuales y otras veces son de cuando fuimos bicampeones de la Copa Ameríca.
Si le preguntamos a la mayoría qué estaban viendo, seguro nos dirán que les llegó un “reel”, una notificación o que estaban “en vivo” con alguien, pero si les pedimos que nos expliquen la utilidad, la urgencia real o el sentido de esa revisión, muchos se quedarán pensando. Y qué decir de esa ansiedad que nos entra cuando un mensaje no llega (¡y sin que haya una obligación real de que llegue!) o por esa confirmación de dudosa importancia (“¿Habrá llegado bien el paquete que pedí hace tres días?”, “¿Compró el pan que le encargué hace una hora?”, “¿Por qué no me contesta si ya vio el mensaje? ¡Será grave!”).
En la misma línea, nos preocupamos de saludar por redes sociales a gente que, seamos sinceros, a duras penas recordaríamos si nos cruzáramos por la calle. Y si es nuestro cumpleaños, ¡prepárense para la avalancha! Es casi una competencia a ver quién tiene el muro más lleno de “felicidades” de amigos (y no tan amigos) con los que jamás hemos interactuado en persona. Y claro, después viene el ritual de agradecer los saludos al final del día, lo que genera una nueva ola de mensajes de lo más variopintos: desde el saludo cariñoso de un compañero de colegio que no ves hace treinta años, hasta el “¡Feliz Cumpleaños!” genérico de esa marca de ropa que sigues, la compañía de gas (¡qué detalle!), nuestra entrañable empresa de electricidad (siempre tan atentos) y nuestros amigos de la aseguradora o la última tienda online donde una vez cotizamos esos zapatos que nunca compramos, pero que hicieron que el algoritmo nos bombardeara con ofertas similares, convirtiéndonos ahora en “amigos” del comercio, más que en simples clientes.
¿Será que tanta conexión virtual nos está desconectando de lo que realmente importa? ¿De escuchar al que tenemos al lado, de escucharnos a nosotros mismos?
Es una pregunta que me dejo dando vueltas mientras vuelvo a guardar el celular en el bolsillo y miro por la ventana, tratando de reconectar con el mundo real que a veces, paradójicamente, se siente tan lejano falto de musica incidental y sin ese atractivo que la IA aplica a todo lo que consumimos por la Red..

